viernes, 31 de agosto de 2007

(...)

-Hola. Le dije una vez ya abierta la puerta de su casa.

Me mira sorprendido y algo nervioso. De ahí, la pausa, ese silencio incómodo que denota aún más esa distancia, ese límite, esa línea existente que había entre nosotros, esa que nos seguía dividiendo después de "tanto" tiempo, tiempo que por cierto él ya considera lo suficiente para olvidarse de todo, o para no volverse a ver más, aunque fuese por un largo tiempo. Ese tiempo que utópicamente ya se había cumplido, claro, hasta hoy.

Antes de que dijera cualquier cosa, o mas bien, antes de escuchar el fatal -Hola... ¿y tú? un ¿qué haces acá? o un Hola... tanto tiempo... -qué se yo cualquier porquería que terminara decepcionándome aún más- yo sentía que él no tenía ni el más mínimo derecho (o mas bien cara) de decir algo que robara mi protagonismo ese día, porque esta escena era mía, porque ya era tiempo de que me tocara a mí, porque ese era mi propósito : escupirle en la cara y que ese escupo traspasara esa puta línea de la puerta.
Y eso hice y le dije: -listo, eso era.

Esperé que me cerrara la puerta en la cara o que peor aún y de una vez por todas apareciera ella atrás de él en calzón y sostén rojo, lo que me dió un poco de risa y algo de asco a la vez.
Y en realidad, es más bien lo que ella significa lo que me produce asco, porque ella esta condicionada a él de una manera demasiado evidente y debe ser por eso que a la vez me da risa. La pobre tipa se esmera tanto encajar con él, amarrándose de tonterías baratas que sólo le sirven en la medida que él se las traga. Y así, él la arma a ella, y ella él.

Me acuerdo y hasta yo me doy un poco de risa. Escupir está tan concebido como una respuesta de inmadura-dramática, pero paradójicamente eso da lo mismo igual, porque siempre fui algo como eso, poco interesante, poco atractiva intelectualmente, insuficiente al fin. Y quizás hasta me aproveché del personaje que me asignó. Digamos, que él era re-bueno para ese tipo de cosas, para interpretar personajes sintéticos-ficticios-artificiales.

De ahí para delante me puse a correr, correr, correr. No se cuantos semáforos y calles pase por alto, supongo que en ese momento no importo en lo absoluto, solo importaba correr y dejar atrás esa calle de mierda, su puerta, su cara y todo lo que él implicaba. Correr como escapándose de algo o de alguien que viene siguiendote desde hace ya tiempo (...) Yo hago esto, yo estoy haciendo eso...

¿Cómo iba a explicarle? Como iba a explicarle que ya lo había entendido todo. Tarde. Pero que lo había hecho. Sin duda ya no sabíamos quienes eramos o quienes habíamos sido todo este tiempo, evidentemente ya no nos reconocíamos y talvez nunca lo hicimos.


Yo sin querer regresé con una escena de hace algún tiempo atrás, esa escena que él odió tanto, en esa que él se puso a llorar y en esa misma escena que yo también termine llorando, pero con un llanto más cínico y que a la vez hacia que compartiéramos un llanto individualista, egoísta, que roza lo irónico en la contradicción misma de compartir. Como si una pieza importante dentro de todo esto faltara y esa pieza, claro, la tenia él, bien escondida porque así era más entretenido, más de película donde yo podría haber sido un personaje secundario que cumplío la función de enlazar escenas bonitas y dignas de un film medio experimental que ellos mismos protagonizaron. Rompiendo esas estructuras plásticas y rítmicas comunes-existentes para lograr un exéntrico funcionamiento de imagen y sonido. Obviamente dirigido a receptores tipo público específico de esos que comparten intereses por productos fuera de los cánones clásicos, -¿yo era acaso clásica?-
Lloraba por una mentira, lloraba porque no se atrevía a decírmelo. Ese día que se fue, él le contó todo a ella, le dijo que ya no aguantaba, que estaba confundido, que no estaba seguro, que uno nunca lo está. Recordaron todas las veces que salieron a encontrarse a escondidas o todas esas veces que conversaban con un trasfondo de por medio, incluso las veces que se acostaron y que no sintieron culpa alguna.

Cerrar y apretar los ojos con fuerza. Lo sabía. Me largué a llorar. Estaba asustada, muerta de miedo, avergonzada, llena de rabia. Siempre lo he dicho: no se llora de pena, se llora de rabia.

Y yo hoy lloraba así, como todas las veces que recuerdo que he llorado. Y quizás hasta huía de mí, esa persona que fue capaz de llagar hasta su casa a escupirle en la cara, o mejor aún la que es capaz de escribir esto a modo de ESCUPO.





No hay comentarios: