Al comienzo de mi estadía en Liguria, existía entre nosotros una saludable rivalidad; Caminati sentía una mezcla de admiración y celos por mi presencia en Génova, cuidad en donde es apreciado por sus pares y por la sociedad lígure, quienes no sospechan sus admirables plagios, los falsos De Chirico y Carrá, que sigue impertérrito pintando secretamente en la soledad de su estudio.
Entusiasmado al conocer mi obra, me propone realizar juntos una performance, una colaboración libre y sin ensayos previos de una actuación violenta y autoritaria titulada "Y muere glorioso el patriota...", producida en el Teatro Laboratorio de Génova, ante numerosos fotógrafos y público, en un espacio de experimentación. Durante la acción, Caminati pinta mi cuerpo desnudo con negro y rojo de modo perverso, violentándome con su mal trato de expresionista. Enajenado con mis gestos repetitivos, dilatados y exasperados, manipulando con fuerza mi desnudez primitiva, me hace adoptar ciertas poses obcenas y a realizar acciones corporales humillantes. Me siento un objeto, sin voluntad propia alguna, arrastrado por el escenario cubierto con un paño blanco, que se fue manchando por los baldes de pintura lanzados sobre mi cuerpo, por un Ciminati obseso y lunático, sometiéndome con violencia, afiebrado, agitando su pelo albo, posesionado de su rol de "Ring master"; transformado en un horrible dragón, sádico y tirano; un domador de fieras teatrales.
Mi desquite escénico se produjo durante la transposición del conocido cuadro de Francisco Goya, titulado Cinco de Mayo. En la producción de la transcripción, yo debía proveer los "actores", para la escena del fusilamiento, reclutando entre mis amigos de Chiavari a los más sensibles. En su mayoría estos jóvenes eran adictos a la heroína, droga muy en boga entonces en Italia. Caminati los manipuló a gusto, agrediéndolos con violencia, con el fin de lograr efecto de provocación requerido en la dramatización del cuadro goyesco. Al comienzo de la acción hay seriedad y compostura entre los guardias napoleónicos y los prisioneros descamisados, quienes gritan sus últimas maldiciones, poseídos por el terror de ser fusilados, resistiéndose al poco tiempo este grupo de drogados a seguir las órdenes tácticas de Cimanati, cansados y aburridos de tanto focejeo físico, impresionando a un grupo de desesperdos, mientras los guardias no cesan de dispararles balas de fogueo. Pronto la transposición se convierte en una lucha cuerpo a cuerpo, produciéndose en la sala una atmósfera tensa, casi de suspenso, con alumnos y profesores invitados mirando el espectáculo hiperrealista con ojos desorbitados.
Francisco Copello
Abril 2002
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